Por: Carlos Ardila.
Amado yo, yo sé que deseas ser una mejor persona, y que te esfuerzas en ello, te conozco muy bien, y sé también que a veces, como todos, tú te enojas.
En momentos de enojo, o simplemente por imprudencia, algunas personas se apresuran a decir palabras hirientes y ofensivas, lastimando a los demás, y aunque luego se disculpen, no logran reparar el mal ni mitigar el dolor que sus palabras han causado.
Ahora, enfadado o no, ¿deberías tú decir siempre lo qué piensas acerca de los demás? ¿O sería mejor callar y guárdalo en tu corazón si acaso no fuera positivo?
La Palabra de Dios dice: «Tiempo de callar, y tiempo de hablar» (Eclesiastés 3:7).
«Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios» (Santiago 1:19,20).
«Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Santiago 3:2).
Recuerda, el hombre necio dice todo lo que piensa, pero el hombre sabio, piensa todo lo que dice.