Por: Carlos Ardila.
Amado yo, según dicen, tú al nacer, eras un bebé precioso, y muy parecido a tu padre, y yo ciertamente así lo creo.
Cuando nace un bebé, generalmente, quienes le ven, empiezan a buscar similitudes físicas entre él y sus padres, y dicen cosas tales como: Es idéntico a su padre, o tiene los ojos de su madre.
Ahora, en el sentido estrictamente espiritual, siendo tú y yo creaciones auténticas y originales de nuestro Padre Dios, deberíamos reflejar nuestra similitud con Él, caracterizándonos una conducta que se corresponda con los principios y los valores éticos y morales que nos transmite su Palabra; Él, en ella nos dice:
«Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro» (I de Juan 3:2,3).
Un día, si somos obedientes al Señor, tú y yo, seremos transformados y recibiremos un cuerpo espiritual semejante a suyo (Filipenses 3:20,21), para ello, será indispensable, que como Dios es puro, nosotros lo seamos también en toda nuestra manera de vivir.
Qué al observar tu conducta, puedan los demás afirmar, que tú eres realmente muy parecido a tu Padre Dios.