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Por: Carlos Ardila.
Amado yo, Jesús, nuestro Salvador, poseía un cuerpo glorioso, habitaba en una dimensión espiritual, en la cual Él era el Rey y era servido, honrado y exaltado, vivía en un espacio en el que no le era necesario satisfacer las necesidades humanas básicas que tú y todos los hombres deben suplir; un día, voluntariamente, Él decidió dejar su esplendorosa residencia, para morar en una dimensión material (Filipenses 2:6-11), siendo el dueño absoluto de todo cuánto existe, arribó al mundo entre los pobres y vivió en humildes condiciones, dejó de ser servido, honrado y exaltado, experimentó el dolor del desamor, la violencia y la crueldad humana, sufrió la decepción de la traición, fue blanco de la crítica, objeto de las burlas, y en su humillación, se hizo así mismo víctima de la injusticia que le llevó a ser torturado y brutalmente asesinado.
¿Por qué razón se humillaría Él así mismo de tal modo? La razón por la que Él se expuso a sí mismo a la humillación, has sido tú.
El apóstol Pablo, al escribir acerca de la razón por la cual él se entregó al Señor Jesús y vivió de acuerdo a su voluntad, expresó:
«El cual me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2:20).
Si bien, en plural, la Palabra de Dios da cuenta del sacrificio de Jesús en función de la redención del género humano (Juan 3:16; Romanos 5:8; Tito 2:14), como lo entendiera y lo hiciera el apóstol Pablo, hoy debes animarte a entregarle tu vida al Señor, entendiendo en singular, que por su amor, al entregarse a sí mismo en la cruz, Él lo hizo por ti.
